Del libro Bitácora del cuerpo, de Claudia Restrepo Ruiz
NO PIERDAS EL TIEMPO intentando adivinar qué parte es. Imagina más bien que es un sobre dirigido a ti. Un sobre de manila claro, que viene arrugado o quizás con agua y maltrecho por un mensajero negligente que olvidó su paraguas y dejó abierto su impermeable.
Pero si no está marcado, ¿cómo saber que es para ti?
No lo sabes. Tus caricias no suelen dejar rastros visibles.
Solo estuviste allí.
Deja de dar vueltas, no la hagas reír; firma el recibido, al hombre se le hace tarde, cerrarán el banco.
Un sobre con la piel como envoltura. ¿Qué querrá decirme y quién? Recorres tu despacho con premura. Sudas en la frente, y el ventilador, aunque está a la máxima velocidad, no se mueve, por un defecto de fabricación por el que nunca reclamaste. Te pones debajo del chorro de aire y vas a la cocina por agua helada. El sobre te llama desde el escritorio. Aún tienes unos minutos antes de que tu esposa pase por ti. ¿Y si ella lo envió? No. Algo tan osado no se le ocurriría ni en mil años. Volteas el sobre de izquierda a derecha, de arriba abajo. Sabes que es piel, pero no logras identificar de dónde ni de quién.
Te asustas cuando tocan a la puerta. Es tu mujer. El sobre es grande y no tienes donde esconderlo. Lo sostienes con una mano detrás de tu espalda. Sudas que da miedo. Abres y tu esposa te abraza con emoción. El sobre cae al piso y eres incapaz de sostener la mirada o de recogerlo. Te habrías sentido menos mal si te hubieran descubierto con una revista porno entre las manos o viendo a Barney en un canal infantil. Tu mujer toma el sobre y pregunta con naturalidad: ¿Esto qué es?
—No sé. Lo arrojaron debajo de la puerta.
—¿Y cómo sabes que es para ti?
—No sé.
—Más te vale que no lo sea.
Bajan juntos al punto de control de correspondencia y es ella quien pregunta.
—¿Qué hacía este sobre en la oficina 702? ¿Ve que no está marcado?
—Oh, sí, debió ser un error. Esperemos que su dueño venga a reclamarlo.
Se van a la casa y él no habla en todo el trayecto. Un pedazo de piel sin destinatario, bajo su puerta, lo hacía sentir más que su dueño.
—Creí que habías sido tú, sabes…
La mujer le acaricia el cuello y le contesta:
—Pero tú sabes cómo soy, esas cosas no se me ocurren.
—… deberían.
Al dormir, nuestro hombre siente un aleteo de sobres sobre sí, pedazos de vientre, fragmentos de hombro, rodillas inquietas. Todas sobre él y ninguna accesible. Se levanta desesperanzado a mirar lo que le queda del rostro en un espejo cruel. Y cuando está en el baño… un sobre se desliza debajo de la puerta.